Me considero una fiel admiradora de las personas sencillas,
porque para mí, son las más hermosas, esas que se dejan guiar por el sentido
común, por su intuición y por ese corazón que no sabe de artificios.
Resulta curioso a la vez que inspirador saber que en la
actualidad, tanto los enfoques de desarrollo personal como en el campo de las
grandes organizaciones, se ha
puesto de moda “rescatar” el valor de lo simple. De hecho, muchos
expertos en marketing y publicidad tienen un lema que casi nunca falla “hágalo simple y algo ocurrirá”.
Me gusta el olor de
la gente sencilla, es la fragancia del respeto, de un “buenos días” con una
gran sonrisa, de un “cuídate” con inmensa sinceridad…No hay falsedad en sus
hermosas miradas ni aún menos en sus almas.
Decía Antonio
Machado “que es propio de los hombres de cabezas pequeñas embestir contra todo
aquello que no les cabe en la cabeza”. Es sin duda un buen ejemplo para
describir a este tipo de personalidades para las cuales las cosas
sencillas no tienen sentido. Confunden lo simple con “lo simplista”. Ahora
bien, la simplicidad no tiene nada
que ver con lo ingenuo ni aún menos con lo necio.
En realidad, este
concepto encierra un gran poder del que casi no somos conscientes.
El poder de lo simple, el poder de las emociones y la inteligencia.
Recordemos por un
momento uno de los anuncios con mayor impacto de la televisión. Estábamos en el 2001 y la casa BMW rompió
moldes con el spot “Me gusta conducir”. En él, se dejó a un
lado las características físicas del producto y su tecnología para hablar en
exclusiva de la sensación que nos produce conducir.
Bastaba una mano.
Una mano que salía por la ventanilla, que volaba y fluía mientras se apelaba a
esa universalidad de emociones y sentimientos que todos hemos experimentado
alguna vez con este mismo acto, tan habitual en la infancia. No hacía falta ver el automóvil, la impronta
ya estaba creada de forma magistral.
Es ahí donde se
inscribe a modo de ejemplo, el poder de lo simple. No obstante este anuncio fue en sí mismo todo un
acto de valentía por parte de la agencia (SCPF) y de sus directores creativos. A
ellos, como a cualquier otra persona que desea apelar al valor de lo sencillo,
de lo elemental y al poder de las emociones, se le suele reprochar lo
siguiente:
Quien practica el valor de lo simple es un “simplista”, alguien que no
se esfuerza en mostrar algo más profundo, más sofisticado y elaborado.
Si eres
simple todos serán igual que tú, no podrás destacar. En el caso de este
anuncio, lo que algunos pueden llegar a pensar es que es tan “simple y tan poca
cosa que cualquiera lo hubiera hecho igual”.
Ahora bien, en
realidad, cuando uno busca la simplicidad debe ponerse al lado de los mejores
pensadores del mundo. Porque como dijo Winston Churchill “de las complejidades intensas salen las
sencilleces más hermosas”.
La belleza de la sencillez en los actos cotidianos.
A menudo, suele decirse que la vida es como una telaraña. Nuestras
líneas se entremezclan en ángulos raros, tomamos caminos erróneos,
nuestros esfuerzos no se corresponden con lo logrado y, al final, quedamos
adheridos a estas realidades temiblemente complejas y desalentadoras.
La falta de sencillez lo arruina todo.
-Miguel de Unamuno-
Por qué nos cuesta tanto entonces deleitarnos con la sencillez de los
actos cotidianos?? Por qué se nos complica tanto la vida??... En cierto modo,
tiene mucho que ver con lo que indicábamos hace un momento. El alma simple y la
mirada humilde son dimensiones que no encajan demasiado bien en una sociedad
que asocia lo complejo a lo eficaz, y en consecuencia, a la felicidad.
Nos venden computadores con muchos programas, teléfonos móviles con
infinitas aplicaciones, las tiendas nos ofrecen innumerables tipos de tratamientos
para el cabello, y cada día nos recuerdan aquello de que es bueno tener muchos
estudios, muchos títulos, muchos amigos… La complejidad se asocia a esa
idea de dorada felicidad que en realidad, no siempre se cumple.
Algo que deberíamos tener muy en cuenta es que las cosas grandes
ocurren cuando se hacen bien las pequeñas, y para ello, nada mejor que
practicar el arte de la sencillez en nuestros actos cotidianos.
Avanzar en calma, siendo conscientes de lo que nos envuelve y haciendo
uso del sentido común y la intuición son sin duda las mejores
estrategias para deshacer cada nudo de nuestras complejidades
vitales. Debemos confiar un poco más en nuestro instinto y ser receptivos
a la voz del corazón.
En ocasiones, dejamos ir gran parte de nuestra “cuota de vida” inmersos
en esfuerzos infructuosos que nos separan por completo de aquello que de verdad
deseamos. Así pues, recuerda que la complejidad no debe admirarse, debe
evitarse, porque el arte de saber qué cosas debemos pasar por alto será el
único camino que nos permitirá hallar aquello que de verdad merecemos.
A saber: el amor, la libertad, la integridad y la realización personal.